De: POLDY BIRD
Nada había que no que hubieras sido, abuelo. Yo me quedaba fascinado
escuchando tus historias, esas interminables narraciones de tus fabulosas
aventuras.; algunas veces los finales se encontraban con mis ojitos cerrados
por el sueño, y al día siguiente me trepaba a tus rodillas pidiéndote que lo
contaras de nuevo.
Mis siete años no van a olvidare nunca de tus grandes pies hundiéndose en las
nieves eternas, en los filosos hielos perennes del Polo; ni de tu solitaria
embarcación azotada por los vientos mientras dabas la vuelta alrededor de la
tierra y conocías islas remotas habitadas por gigantes o por minúsculos
enanos. Y aquel país, abuelo, en donde crecían árboles con forma de juguetes,
plantados anualmente por Papá Noel y puntualmente cosechados en
diciembre…
Yo me peleaba con los chicos de la escuela, porque ellos me decían que no
era posible que hubieras sido vigilante, bombero, aviador, capitán de barco,
guarda de tren, jockey, oficial de la guardia de la reina, payaso, trapecista,
maestro, vendedor de globos y calesitero.
Se me humedecían de rabia los ojos cuando le colgaban la palabra “mentiroso”
a tu ancha cara sonriente, a tu cuidada barba legendaria (pienso que fue tu
barba la que me hizo creerte siempre, tu barba blanquecina que te daba un
aspecto sabio, imponente).
Pero después me tranquilizaba diciéndome: “Es la envidia… ninguno tiene un
abuelo como el mío”.
Abuelo con caramelos en los bolsillos, con monedas especiales para mis
vueltas en calesita, siempre paciente y sereno para contestar a todas mis
preguntas, para sacarme de paseo cuando mamá tenía que hacer limpieza
general de la casa o cuando iba a recibir a esas aburridas señoras que me
pellizcaban las mejillas y se esforzaban para hacerme recitar los versos de mi
primero superior.
Vos eras mi compinche de pipa olorosa, yo era tu compinche fumador de
cigarrillos de chocolate.
Abuelo de ojos claros, abuelo que no tuviste tiempo de decirme adiós la noche
en que tu corazón se detuvo, ya cansado de tanta aventura, de tanta vida
vivida plenamente.
Han pasado muchos años… Tu compañero de rodillas huesudas y pantalones
cortos, tu compañero de flequillo despeinado hoy es un hombre con sus
horarios, sus obligaciones, su propia pipa, dos hijos corriendo a abrirle la puerta
a las siete y media de la tarde, cuando llega del trabajo.
Un hombre que firma boletines de clasificaciones, se ríe a escondidas de las
travesuras de sus chicos y tiene tu retrato colgado en su cuarto.
Un hombre como a vos te hubiera gustado que yo sea. Seguramente, abuelo.
Porque cada vez que pude haber flaqueado, tu fuerza me dio un empujón hacia
adelante. Y cada vez que estuve al borde del aburrimiento… me trepaba a tu
barca y recorría los mares, o apagaba junto a vos un incendio, o picaba boletos
en un tren, o lo ayudaba a Papá Noel a sembrar las semillas de árboles de
juguetes.
Heredé tu pipa, los caramelos en mis bolsillos, algunas estrafalarias historias
que les cuento a mis hijos antes de que se duerman. Heredé tus ojos, que
sabían ver las cosas más hermosas del universo y de la vida.
Abuelo… pero hoy, 20 de julio de 1969, quiero decirte una cosa: tan
compinche, tan amigo… y no me avisaste que ibas a estar en el Apolo 11.
Como la mayoría de los seres de la tierra, estuve sentado frente al televisor,
ansioso, fumando nerviosamente (No, Marcela, no tengo ganas de cenar, pero
tené preparadas dos copas de champán para brindar cuando Armstrong ponga
su pie en la luna).
- No hagan bochinche, dejen escuchar…
¿Qué fue lo que contestaron desde Houston? ¿Qué faltan apenas cinco
minutos?
Ellos, allá, dos hombres en el módulo, con ciento cincuenta pulsaciones por
minuto… Y yo aquí, también con ciento cincuenta, creo.
- Ahora, ahora, Marcela, chicos, miren, ahora… se ha abierto la escotilla
ahora… ahora…
¡Y eran tus pies, abuelo! Tus pies bajando suavemente la escalera, tu pie
izquierdo posándose como un ala sobre la tiza gris de la Luna.
- Es el abuelo. El abuelo que quién sabe con qué artimañas convenció al
astronauta para que le dejara el puesto de comando…
- ¿Quién, quién dijiste que es?
-Armstrong respondí
No, no podía decirles la verdad, este último secreto que es solamente tuyo y
mío, de nosotros dos: abuelo y nieto, camaradas, compinches.
Mis siete años tironeándote la barba; mis treinta y cinco años levantando una
copa de champán y brindando, con los ojos mojados, por el primer hombre que
puso sus pies en la Luna. (Por vos, abuelo, creeme que… por vos…)
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