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jueves, 3 de enero de 2019

" VETERANOS DE LA GUERRA CONTRA EL TERRORISMO EN ARGENTINA VGTA": "AQUÍ NUESTROS HÉROES"...ANTES DE 1976...14 DE FEBRERO DE 1975...COMBATE DEL RIÓ PUEBLO VIEJO

 

LAS CICATRICES DE GUERRA EN EL ALMA SON MAS DOLOROSAS QUE LAS PRESENTES EN EL CUERPO...(VETERANO DE LA GUERRA CONTRA EL TERRORISMO EN ARGENTINA)...


LAS CICATRICES DE GUERRA EN EL ALMA SON MAS DOLOROSAS QUE LAS PRESENTES EN EL CUERPO...(VETERANO DE LA GUERRA CONTRA EL TERRORISMO)... DEL COMBATIENTE, A SU TIEMPO EL PUEBLO DIRÁ: "Nosotros al verles, siempre diremos con admiración: He ahí; esos sellaron con su sangre y sus espadas la libertad de su patria y sus nombres irán de padres a hijos, de generación en generación.” Rodriguez Peña decía: “Que fuimos crueles ¡vaya con el cargo!, mientras tanto, ahí tienen Uds. una Patria que no está en el compromiso de serlo. La salvamos como creíamos que debíamos hacerlo. ¿Hubo otros medios? Nosotros no los vimos, ni creíamos que con otros medios fuéramos capaces de hacer lo que hicimos. Arrójennos la culpa al rostro, y gocen de los resultados. ¡Nosotros seremos los verdugos, sean Uds. Los hombres libres!”. 
 "¿Juráis a la Patria seguir constantemente su bandera y defenderla hasta perder la vida?"...¡¡¡ SI, JURO !!!...

************************************************************************************************************** COMBATE DEL RIO PUEBLO VIEJO El 14 de febrero de 1975 se libró el primer combate en los montes tucumanos entre efectivos del Ejército Argentino y del “Ejército Revolucionario del Pueblo” (ERP). El hecho tuvo lugar en el contexto de la “Operación Independencia”, un conjunto de acciones militares y cívicas ordenadas por la entonces presidente de la Nación María Estela Martínez de Perón para “neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos”, tal el texto del Decreto firmado el 5 de febrero del mismo año. Relato del Teniente Coronel Rodolfo Richter, donde cuenta como perdió la vida el Capitán Héctor Caceres. Avanzábamos por un sendero angosto, en columna de a uno, bordeando el río. Los árboles no eran muy altos. No se veía más allá de cinco metros (…) Después de recorrer un trecho muy corto, vi delante de mí, a unos diez metros, a un subversivo. Estaba parado en medio del camino. Llevaba uniforme, kepis y un arma en la mano (…) Hubo un instante en que nos quedamos mirándonos. Su sorpresa debió ser exactamente igual a la mía. Yo llevaba el fusil con ambas manos, y pude tirar primero. El tipo se escapó, y allí cometí el gran error. En vez de quedarme donde estaba, me lancé a perseguirlo. Me dejé llevar por el impulso y por la inexperiencia. Tenía veintiséis años. Empecé a correr tras él tirando, y supongo que debo haber pasado junto a un hombre de “seguridad” de ellos. Sentí un golpe en la espalda y caí de bruces. Alguien, que debía ser el mismo que me disparó, pasó corriendo a mi lado. El suboficial (un cabo primero) también cayó herido. Le tiraron por la espalda, como a mí. Uno de ellos saltó para rematarlo, pero en el momento de disparar se le trabó el arma y se apartó unos pasos para ponerla en funcionamiento. El cabo 1º tomó el fusil con una sola mano, porque el otro hombro lo tenía inutilizado, y apuntó hacia donde estaba agachado el enemigo. Cuando vio que se levantaba, disparó. Le pegó el balazo justo en la frente (…) Se produjo un pequeño silencio y después volvió a arreciar el tiroteo (…) Quedé casi bocabajo, medio de costado, sin poder moverme. El fusil había caído a unos tres metros. En ese momento, grité: ¡Cáceres, estoy herido! Y… ¡mi teniente primero….! Nunca me lo hubiera imaginado. Cáceres saltó y se tiró cuerpo a tierra a mi lado. Me dí cuenta de que estaba arriesgando demasiado y le dije: Mi teniente primero, ¿qué hace? Me respondió tranquilamente: Quédate tranquilo, que ya te saco. Oí varios disparos y cerré los ojos. Le encajaron un balazo. Escuché un pequeño quejido y se quedó inmóvil. Había muerto. Se produjo una pequeña pausa. Sólo entonces tomé plena conciencia de que estaba muy mal. Sentí de todo: miedo, angustia, bronca. Tenía un fuerte dolor en la espalda y no podía mover las piernas. Cuando fui destinado a Tucumán tenía muy presente las imágenes de mis camaradas asesinados. Me acordaba de Paiva, un buen oficial instructor, al que mataron por la espalda cuando esperaba el colectivo (microbus). Después de que me hirieron, sí noté que odiaba. Después me dí cuenta de que ese sentimiento me estaba destruyendo, haciéndome daño. El odio destruye primero a quien lo siente. No sé cómo, no recuerdo haber hecho un gran esfuerzo, pero me lo quité de encima. No odio al tipo que me tiró. Tenía la obligación de hacerlo. No por su ideología política, sino porque si no, lo bajaba yo a él. Tal vez mi sentimiento sea distinto hacia el subversivo urbano que ponía bombas y cometía atrocidades. En Tucumán la cosa era más clara: o ellos o nosotros, cosa de hombres. Teniente Coronel Rodolfo Richter


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