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miércoles, 12 de febrero de 2020
¿Será que los muertos están dormidos? Las almas de los bienaventurados gozan de la presencia de Dios como fruto de haber servido al Señor en todas las cosas
Por: Prof. Felipe Aquino | Fuente: cleofas.com.br
Los protestantes y los Testigos de Jehová enseñan que los muertos están "dormidos" y que sólo el regreso de Jesús será la resurrección de todos; por lo tanto, para ellos, no hay nadie en el cielo, ni siquiera sólo su alma, como enseña la Iglesia Católica. Así que no creen en la intercesión de los santos.
Lo cierto es que desde el comienzo los primeros cristianos creyeron en la inmortalidad del alma, y que cada persona es juzgada por Dios inmediatamente después de la muerte, consiguiendo allí su destino eterno. Y esto es muy claro en las Escrituras.
La Carta a los Hebreos dice claramente, "y del mismo modo que está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio" (Hebreos 9,27)
Esto fue definido como dogma de fe por el Papa Benedicto XII en su Constitución "Benedictus Deus" en el año 1336, y que fue ratificado en el Concilio de Florencia, Italia, en 1439, en la siguiente declaración:
"Las almas de aquellos que después de recibir el bautismo, no incurrieron absolutamente en mancha alguna de pecado, y también aquellas que, después de contraer mancha de pecado, la han purgado, o mientras vivían en sus cuerpos o después que salieron de ellos, según arriba se ha dicho, son inmediatamente recibidas en el cielo y ven claramente a Dios mismo, trino y uno, tal como es, unos sin embargo con más perfección que otros, conforme a la diversidad de los merecimientos. Pero las almas de aquellos que mueren en pecado mortal actual o con solo el original, bajan inmediatamente al infierno, para ser castigadas, si bien con penas diferentes". (Denzinger 693).
El Concilio Vaticano II en la Constitución Dogmática "Lumen Gentium", confirmó esta doctrina:
"Hasta que el Señor venga revestido de majestad y acompañado de sus ángeles (cf. Mt 25, 31) y, destruida la muerte, le sean sometidas todas las cosas (cf. 1 Co 15, 26-27), de sus discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; otros, finalmente, gozan de la gloria, contemplando «claramente a Dios mismo, Uno y Trino, tal como es»; mas todos, en forma y grado diverso, vivimos unidos en una misma caridad para con Dios y para con el prójimo y cantamos idéntico himno de gloria a nuestro Dios. Pues todos los que son de Cristo por poseer su Espíritu, constituyen una misma Iglesia y mutuamente se unen en El (cf. Ef 4, 16). La unión de los viadores con los hermanos que se durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe, antes bien, según la constante fe de la Iglesia, se robustece con la comunicación de bienes espirituales. Por lo mismo que los bienaventurados están más íntimamente unidos a Cristo, consolidan más eficazmente a toda la Iglesia en la santidad, ennoblecen el culto que ella ofrece a Dios aquí en la tierra y contribuyen de múltiples maneras a su más dilatada edificación (cf. 1 Co 12, 12-27). Porque ellos, habiendo llegado a la patria y estando «en presencia del Señor» (cf. 2 Co 5, 8), no cesan de interceder por Él, con Él y en Él a favor nuestro ante el Padre, ofreciéndole los méritos que en la tierra consiguieron por el «Mediador único entre Dios y los hombres, Cristo Jesús» (cf. 1Tm 2, 5), como fruto de haber servido al Señor en todas las cosas y de haber completado en su carne lo que falta a los padecimientos de Cristo en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia (cf. Col 1,24). Su fraterna solicitud contribuye, pues, mucho a remediar nuestra debilidad". (LG, 49)
En Mateo (cf. 10:28), Jesús dice: "Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma ("psyché"); temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna".
La palabra griega "psyché" significa alma; a continuación, el texto establece la supervivencia del alma después de la destrucción del cuerpo de la persona.
En Lucas (cf. 16,19-51), en la parábola del rico y del pobre Lázaro, Jesús presenta la supervivencia consciente tanto de los justos y los injustos. El hombre rico después de la muerte va a un lugar de tormento; y al pobre por un lugar de disfrute. Todo esto mientras la vida continúa en la tierra, es decir, antes del regreso de Jesús. El rico tenía cinco hermanos que también podrían condenarse; el texto muestra que el alma de los difuntos sobrevive después de la muerte y que reciben el premio o castigo antes del juicio universal.
No se puede decir que esta parábola es sólo mera ornamentación; por el contrario, trae una enseñanza religiosa y doctrinal fundamental.
La resurrección de la carne en el último día, en la consumación de la historia con el regreso de Jesús, otorga algo más de felicidad a los justos cuyas almas ya están en el disfrute de la presencia de Dios. Estas almas se unirán a sus cuerpos resucitados y vivirán en la plenitud de su ser. La resurrección de la carne completa el orden y la armonía que el alma santa ya disfruta después de la muerte.
Vemos en Apocalipsis (6: 9-11), que las almas de los justos martirizados aspiran, en la presencia de Dios, el pleno restablecimiento del orden y la justicia violada por el pecado; y así, esperan algo que no ha sucedido todavía, y que sólo va a suceder en la Parusía. A pesar de que ya están recubiertos de vestiduras blancas, que es un símbolo de victoria final y la felicidad, continúan siguiendo nuestra historia, aguardando con expectativa el juicio del Señor.
"Cuando abrió el quinto sello, divisé debajo del altar las almas de los que fueron degollados a causa de la palabra de Dios y del testimonio que les correspondía dar. Se pusieron a gritar con voz muy fuerte: «Santo y justo Señor, ¿hasta cuándo vas a esperar a hacer justicia y tomar venganza por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?». Entonces se les dio a cada uno un vestido blanco y se les dijo que esperaran todavía un poco, hasta que se completara el número de sus hermanos y compañeros de servicio, que iban a ser muertos como ellos". (Apocalipsis 6,9-11 )
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